A la Espera de un Milagro – Atreviéndose a Cruzar el Mar Rojo

A la Espera de un Milagro

         Atreviéndose a Cruzar el Mar Rojo

 

New Horizon Editors

 Autor: Salvina C

 

 

Introducción

La Vorágine en la que está inmersa la sociedad moderna actúa, en la mayoría de los casos, como un velo invisible que hace  que el estilo de vida del siglo XXI torne dificultoso e improbable, aún más, imposible creer que la vigencia de los milagros es algo totalmente natural para aquellas personas que están dispuestas a creer que los milagros existen.

         Lo relevante en esta cuestión se centra en el creer que lo imposible puede suceder y saber que existe solamente una fuente que origina el milagro.

         ¿Ha necesitado alguna vez que algo imposible suceda en su vida?  Si es así, introdúzcase en la senda literaria de este apasionante relato de vivencia de lo difícil hecho realidad a través de la fe y encuentre las claves para alcanzar su milagro.

Capítulo I

Dios Mismo, el Origen del Milagro

         Los umbrales de la ciencia y la psicología enfocan al hombre como ser capaz de obtener su propio milagro por medio de la capacidad volitiva de llegar a su meta imposible. Es decir, centran al hombre, como género, en el escenario de su existencia, como el motor que genera las cosas difíciles hechas realidad. Y en cierta forma, el hombre se propone, esfuerza y logra hechos a través del «yo puedo» que limitan el espectro del objetivo meta.

         Los acontecimientos de la historia nos muestran a lo largo de su trascendencia que en numerosas oportunidades la humanidad ha llegado a obtener o realizar ciertos   hechos materiales y físicos que parecían, en algún momento, difíciles de alcanzar.  Tal es el caso del arribo del hombre a la luna: un  hecho que  tuvo sus años de preparación y de trabajo y que con la ayuda de la ciencia se produjo en un momento determinado de la historia: un hecho asombroso e inalcanzable en siglos anteriores.   Es interesante notar que en el contexto de este hecho existe una idea principal denominada plan, un desarrollo del mismo y una puesta en marcha para alcanzar el objetivo deseado: la llegada del hombre a la luna.

         De la misma manera, en el plano espiritual existen innumerables hechos de fe en los cuales han tenido lugar sucesos increíbles para la humanidad pero tan reales y vívidos en la mente y el corazón de Dios, y plasmados en la vida del hombre que han dejado una huella indestructible a lo largo de cientos y miles de años.  Esto nos demuestra que el Poder de Dios y su manifestación infinita se puso en  acción cada vez que alguien se animó a creer en lo imposible. Y aquí, no se necesita un plan específico ni un trabajo dedicado para lograr las cosas a través del esfuerzo. Sí se necesita simplemente creer, obedecer, depender de la fuente que da origen a todos los milagros  sobrenaturales en la historia de la humanidad: DIOS  mismo.

         Debería ser interesante para el hombre como raza humana rever ciertos aspectos de la vida cotidiana y considerarlos encuadrados dentro de la definición de milagro.  Para la física, el sólo hecho de que el planeta tierra gire alrededor de sí mismo y se mantenga suspendido en escena junto a otros tantos planetas, es algo relevante y natural, tomado como un hecho  que es así porque sí, o bien porque las leyes de la Física como ciencia lo determinan.  Muchas veces el hombre y la mujer olvidan que detrás de esa ley física existe alguien que sostiene todas las cosas, y erróneamente trata de ocupar el lugar de ese alguien, o sea de Dios, buscando ubicarse como motor del desarrollo de esa disciplina científica.  Hoy en día, la humanidad necesita volver a la fuente; es necesario que el hombre vuelva su rostro a Dios declarándolo como quien realmente es: Dios; el Único Dios; el único ser capaz de lo lograr lo imposible.

         A menudo, he oído a muchas personas decir que la sociedad mundial va camino a su destrucción, y evidentemente es así, ya que de otra manera un número sin fin de hechos globales se hubiesen evitado si el ser humano hubiese puesto sus ojos en Dios.

         De la misma manera, hace cientos de miles de años, el pueblo de Dios buscando agradarlo por medio de lo racional, de lo que su propia mente creía correcto, desplazó a Dios del escenario y dio lugar a sustitutos inertes y sin sentido, que en definitiva lo llevaron al fracaso y a la destrucción.

         En su infinita misericordia, vemos que Dios no ha reparado en el error humano sino que siempre ha provisto la forma de restaurar aquello en lo cual el hombre le ha fallado.  Para ello, nos remontamos en la historia, centrándonos en los tiempos de Moisés, quien fue el hombre encomendado por Dios para liberar de la esclavitud en Egipto al Pueblo de Dios, Israel.  En aquel tiempo, los hebreos que habitaban en Egipto fueron llevados a esclavitud por el  nuevo soberano de esas tierras,  quien había ordenado la muerte de todos los niños varones a fin de evitar cualquier levantamiento.   La madre y la hermana de Moisés decidieron ponerlo a salvo, escondiéndolo hasta la edad de tres meses, y luego lo colocaron en una cesta de papiro calafateada que lanzaron al río Nilo. Una hija del faraón, que fue a bañarse en el río encontró al niño y decidió criarlo. Le dio el nombre de Moisés, que significa salvado de las aguas y creció en la corte del faraón.  Años más tarde,  cuando Moisés apacentaba el rebaño de su suegro Jetro, en la región del monte Horeb (otro nombre del Sinaí), Dios se le apareció en forma de una zarza ardiente, que no se consumía, y le reveló su voluntad de enviarlo a Egipto para liberar a su pueblo.  Cuenta la historia bíblica que luego de años de peregrinar fue a través de la obediencia que Dios abrió las aguas del mar rojo y por la fe en la palabra hablada por Dios, Moisés y el Pueblo de Dios cruzaron las aguas del mar en forma milagrosa y  ninguno de ellos murió sino que llegaron al otro lado del mar a salvo para comenzar su peregrinaje hacia la tierra que Dios les había prometido.

En su trayectoria por el desierto Moisés recibió la orden de Dios de subir el monte Sinaí para recibir allí los mandamientos de Dios para su pueblo, y dado el tiempo humano considerado en la espera para que Moisés descendiera del monte donde había ido a adorar a Dios, sucedió que el pueblo que allí esperaba estimó esa demora como una dificultad que haría que Moisés difícilmente volviera. Entonces, dice la Biblia, se acercaron a Aarón (   ) y le pidieron que hiciese dioses para que vayan delante de ellos en su peregrinar. El pueblo de Dios llevó a Aarón todo material que tenían en oro para que les construyese un becerro al que pusieron en un altar y adoraron pensando que adoraban a Dios, al único Dios; a Aquel que los sacó de Egipto y abrió las aguas  del Mar Rojo para que pasasen.  Dios ya había hablado por medio de Moisés diciendo en uno de los mandamientos,..«No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios.»   Moisés había comunicado verbalmente al pueblo de Dios acerca de la Ley y estaría regresando a ellos otra vez con las tablas que contenían los mandamientos escritos por el dedo de Dios, pero al descender encontró un pueblo que en desobediencia desplazó a Dios y no supo esperar en sus promesas. Aún así, habiendo visto que en su afán de lograr el objetivo, su pueblo pecó en contra de El mismo, Dios no faltó a su promesa para con Israel. ¿Quiere decir entonces que  aunque le fallemos deliberadamente, El seguirá estando disponible para que alcancemos nuestro milagro? Es cierto, Dios seguirá siendo el mismo, inmutable, fiel a lo que prometió, sólo que si nos enfocamos nuevamente en la historia Israel debió pasar cuarenta años peregrinando en el desierto donde debió también recibir corrección en cada una de las equivocaciones que desviaron el objetivo de su meta,  hasta que al fin llegó a la tierra que Dios le había prometido. Es decir que lograremos igual nuestra promesa, siempre y cuando permanezcamos fieles a Dios y aún si pecáramos involuntariamente, El es fiel y justo para perdonarnos.

         Por eso es interesante notar que Dios ha dejado a nuestro alcance Su Palabra, La Biblia, que es considerada como el único libro irrefutable de la historia.  Así como en la narración de este capítulo, vemos a través de miles de años que Dios es el mismo. Dios misericordioso, perdonador, omnipotente, entre tantos de sus atributos divinos.  El es el centro de todos nuestros milagros por alcanzar.  El es eje de nuestra restauración y de nuestra restitución.

         Por ende es de total relevancia tener en consideración que a la hora de pensar en un milagro muy pocas veces nos detenemos a pensar que Dios también demanda de nosotros Fe y Obediencia.   Sin Fe es imposible agradar a Dios y sin estar sometidos a la obediencia de nuestro  creador, difícilmente lograremos alcanzar la atmósfera de lo imposible, o quizá estaremos como Israel dando vueltas en el desierto antes de llegar a la meta.

         Es tiempo, hoy, de rendir también nuestra necesidad y  nuestro imposible en manos de quien conoce aún nuestros más profundos deseos y pensamientos: Dios, el origen de nuestro milagro.

Autor: Salvina C

una «Mama que Ora»

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