Jóvenes de Avivamiento, día 24/31, por Vanina Ríos

“Hijo mío, teme al Señor y honra al rey, y no te juntes con los rebeldes” Prov. 24:30

“Rescata a los que van rumbo a la muerte; detén a los que a tumbos avanzan al suplicio” Prov. 24:25

Los ojos son la lámpara del cuerpo. Donde miro, irán mis pasos, mis pensamientos y mis decisiones. Este Proverbio nos invita a repensar nuestras miradas y sentimientos, ilustra personas e historias: habla de los malvados, del necio, de los insolentes, de los enemigos, de los rebeldes, del que hace planes malvados. Y sobre ellos nos advierte qué mirada debemos tener, qué acciones debemos tomar. Inicia por la negativa: no envidiarlos, no procurar su compañía, no alegrarnos con su caída ni alterarnos por su causa.

Todo el capítulo nos invita a la sabiduría respecto de esas historias, y con esta invitación la promesa de buenos cimientos, de poder, de fuerzas constantemente renovadas, de una casa fuerte y llena de tesoros. Con la sabiduría llega la promesa de un futuro y una esperanza indestructible, de una lámpara eternamente encendida.

Creo que la sabiduría es una de las grandes aspiraciones de los hijos de Dios, creo que todas y todas quisiéramos disfrutar de estas promesas. 

Ahora bien, ¿cómo evitar esos sentimientos y miradas que este capítulo nos invita a evadir, cuando suelen ser los más naturales en nosotros? ¿Cómo evitar esas envidias, esas miradas rencorosas y frustradas hacia aquellos que, pensamos, no son dignos de disfrutar lo que disfrutan?

La respuesta nos es dada en el versículo 30: que todas nuestras miradas pensamientos sentimientos y acciones sean con temor del Señor. Es ese el principio de la sabiduría (Proverbios 1:7).

Hoy sabiduría sigue siendo Temor del Señor, pero no el temor de su castigo repentino puesto que hoy estamos bajo el Pacto de la Gracia. No hay dudas de que nuestras miradas, pensamientos y acciones merecen castigo, pero ese castigo fue pagado, la deuda saldada en la cruz de Jesús. Aquel varón de dolores ciertamente cargó nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades. 

Habiendo tenido elección, habiendo podido bajar de la cruz antes de morir, soportó nuestro castigo eligiendo una mirada de misericordia.

El temor del Señor en el paradigma de la gracia en el que estamos, es igual al de Jesús en Getsemaní: es el presentarse ante Dios honestamente, reconociendo nuestra debilidad y concluyendo con un “no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”.

De esa manera se manifiesta en nosotros el temor de Dios: buscando el cumplimiento de su voluntad y sabiendo que eso tendrá impacto en la propia vida y en la de otros.

Una mirada y una acción a la que este proverbio nos invita respecto de aquellos rebeldes, malvados, necios, es la misma que por temor de Dios también tuvo Jesús: miradas y acciones de misericordia que se traducen en lo que describe el versículo 11: «Rescata a los que van rumbo a la muerte detén a los que a tumbos avanzan al sepulcro”.

Este Proverbio nos invita a la búsqueda de la vida abundante que Jesús vino a darnos, evitando ciertos estilos de vida, luchando con ciertas miradas, sentimientos y acciones, y alentándonos a la gracia de rescatar a otros tal como nos rescató Jesús a nosotros.

Tal como Pablo invita a los Filipenses, este Proverbio nos recuerda “la actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús”. Que nuestras miradas y pensamientos, cada una de nuestras acciones, se encaminen al rescate de otros, allí se encuentra la vida del que teme al Señor, del que lo ama. Y si esta vida, la de servicio y el rescate, es una ambición demasiado grande para hoy, que sea el principal motivo de oración. Convertirnos en pescadores de personas, así como fuimos rescatados. 

Yanina Ríos

Por Vanina Ríos, Buenos Aires, Argentina

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