«Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos…»Mateo 20:34.
Me sentía muy mal.
Tenía que llevar a mi hijo al oculista, nos presentamos en el consultorio, y luego del cordial saludo del doctor, mi hijo mayor, Christian fue el primero en ser revisado. El doctor le dijo,” ven y siéntate en este banquito, y coloca tu cabeza aquí para que pueda revisarte los ojitos.”
Luego de un exhausto y minucioso examen, de repente me miró muy serio y me preguntó…
-“¿Dígame señora: le habían tomado alguna vez la presión ocular a este niño?”.
-No… Nunca, le respondí algo preocupada, sólo le han hecho los exámenes de rutina que le pidieron en la escuela.
Siguió revisándolo sin decir palabra y después de un período razonable de tiempo me dijo:
-“Me gustaría tomarle también a su otro hijo y a usted la presión ocular“.
-Por supuesto, le respondí. Y nos sometimos sin problemas al examen.
Concluido el examen se sentó en su escritorio y pasó a entregarnos el diagnóstico. Nos informó que esos malestares que sentíamos, los ojos tan inflamados y enrojecidos, los dolores de cabeza, (el mío que no había cedido ni un segundo) se debían a una enfermedad que los tres teníamos y que se llamaba “Glaucoma”, que además era hereditaria.
Si bien yo había oído hablar de esta enfermedad, no conocía bien que trastornos podía producir.
Continúo diciendo: – Esta enfermedad es crónica y no tiene cura, es muy importante que ustedes conozcan la gravedad de esta afección y cumplan con el tratamiento. De lo contrario, con el paso del tiempo se declara la ceguera.
Esa semana a San Luis y concurrimos a la iglesia de unos pastores amigos.
Mientras estaba orando vino a mi mente la voz del oftalmólogo que me decía con voz dura… el nombre de la enfermedad es “glaucoma”.
Fue allí cuando comencé a orar pidiéndole a Dios que nos sanara.
Mientras lo hacía, sentía las palabras del pastor mientras oraba, repiquetear en mis oídos ¡Sé sano, sé sana! Era como si el mismo Señor me lo estuviera repitiendo una y otra vez.
Un calor inesperado recorrió mi cuerpo.
Entonces clamé…” Señor sánanos, que ningún hombre ponga su mano sobre nosotros, Señor, simplemente, pon la tuya.
Y fuimos sanados los tres, en ese instante.
Gloria a Dios, el “nombre” de la enfermedad era glaucoma, pero sabemos que hay un Nombre que es por sobre todo Nombre y es el Nombre de Cristo, El es nuestro medico Divino”. Jehova Rafa, mi sanador.
Tomado del Libro “Soñar, esperar y ver” de Zulma Tigani
Zulma Tigani
Una “Mama que Ora”
desde Argentina
Email: mamas@cvclavoz..com
Facebook: Mamas que Oran (Grupo)
Twitter: @MamasQueOran
“Por mi hijo oraba y el Señor me concedió lo que le pedí” 1Sam 1:27.
No estás sola en la lucha por tus hijos,
SENTITE PARTE ¡!!
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