-“Subite pibe y dale arranque”, – Una historia real

La oración Intercesora

Me gustaría narrarles algo que me sucedió hace ya muchos años, cuando éramos novios con quién hoy es mi esposo, Pablo.

Viniendo de una reunión, mientras conversábamos de nuestras cosas, rumbo a nuestras casas, el camino nos llevaba a cruzar una barrera (cruce del tren/ferrocarril), y sucedió que al querer pasar del otro lado, de pronto nos dimos cuenta, que no estábamos cruzando por donde debíamos sino que nos habíamos desviado y el auto había quedado inmóvil… atrapado en el medio de las vías entre el vacío que enmarcaba  los rieles de hierro del ferrocarril.

Las ruedas del auto eran pequeñas y su parte más alta, casi quedaba en la altura máxima del riel.  Pablo trataba de sacar el auto que se había encajado acelerando fuertemente, pero las ruedas giraban en el aire en falso.  En ese mismo momento, (todo ocurrió en un instante), escuchamos la campanilla que alertaba sobre el cierre del paso a nivel del ferrocarril y al mismo tiempo, las dos barreras  bajaron al límite a toda velocidad, dejándonos en una trampa mortal.  Repentinamente algo nos cegó. Una enorme luz que nos pegaba de frente iluminó toda esa oscuridad… y vimos que el tren se dirigía directamente hacia nosotros, por ese mismo carril donde habíamos quedado varados.

Fue desesperante, en medio de la conmoción en que me sentía inmersa yo le pedía a Pablo que descendiera y dejáramos el auto abandonado, pero él insistía y se aferraba con más fuerza al volante, insistiendo una y otra vez diciendo:  “NO, NO,… no puedo dejarlo, es lo único que tenemos”.

Verdaderamente en ese momento y en nuestra nimiedad de vida,  conjeturábamos que eso era lo “único que teníamos”, pero no pasaría  mucho tiempo hasta  que descubriéramos que existía Alguien que estaba en control de todas las cosas de nuestra vida y tenía un gran plan para nosotros.  Lo que estaba sucediendo o lo que nosotros estábamos viendo, era simplemente una minúscula parte de un enorme propósito que comenzaba a despuntar.

Decidida a salvar nuestras vidas, bajé del auto rápidamente y dando la vuelta, abrí la puerta del otro lateral donde estaba mi novio e intenté sacarlo sin éxito al principio,  hasta que por último conseguí mi objetivo.

El auto se había ahogado en nafta de tanto propinarle arranque en falso hasta que finalmente se apagó y desalentado Pablo que había intentado hasta el final se bajó a pocos segundos de una aparente inevitable colisión.

Cuando parecía que todo estaba irremediablemente resuelto en contra, fue en ese mismo momento que llegaron al instante tres vehículos en forma coordinada, como en una película policial, uno al lado del otro estacionaron frente a la barrera, parecía que acudían al llamado de alguien que les hubiera dado cita en ese lugar a la misma hora.

Era ya una hora muy avanzada… tal vez las cuatro o cinco de la madrugada.  No era común lo que estábamos viendo.

Resueltamente se  bajaron tres hombres muy altos y corpulentos, sin hablarse entre sí, como si ya tuvieran un plan preconcebido o hubiesen recibido instrucciones precisas de lo que debían hacer en el camino, inmediatamente dos de ellos corrieron hacia donde estaba el auto y mi novio, que en ese momento se disponía a alejarse del lugar.

Uno de ellos tomándolo a Pablo de un brazo le dijo:

 “Subite pibe y dale arranque”, mientras que el otro sujetando el paragolpe del auto de la parte trasera  lo levantaba para desencajar las gomas de las vías.

 Pablo sin saber porque razón,  obedeció.  Como si el que le hablara  fuera un amigo de toda la vida en quien podía confiar ciegamente.  El silbato del tren se oía insistentemente y la luz nos anunciaba que se acercaba velozmente, ya casi estaba encima de nosotros.

Yo me había quedado paralizada sobre el otro carril, estaba tan atónita con lo que estaba sucediendo que no advertía, ni escuchaba el silbato del otro tren que venía por la vía paralela, detrás de mí.

El tercer hombre se me acercó, en tanto yo miraba aturdida lo que estaba pasando, y me dijo “estás sobre las vías y viene el tren”,  al ver que yo no me movía me tomó de un brazo y me quitó del medio del carril, poniéndome sobre la calle fuera del peligro.

En tanto a los otros dos hombres se sumó el tercero que me había socorrido, levantaron las ruedas de atrás del auto como si fuese un juguete.  Pablo estaba dentro y así todos sincronizadamente lograron destrabar las ruedas que se habían hundido en los durmientes del ferrocarril.

En un segundo, el auto retrocedió unos cuantos centímetros.

Fue en ese preciso instante, que vimos como el tren pasó fulminante por delante del auto aturdiéndonos con su silbato y encandilándonos con su potente luz.  Probablemente Pablo estuvo a menos de un metro cuando la máquina atravesó el espacio por delante de sus ojos.    

Casi en forma simultánea  por el otro carril el tren que venía en sentido contrario, aturdió la noche completando el cuadro, pasando a una gran velocidad.  No sé cuanto fue el tiempo en el que ocurrió todo esto, pero me pareció una fracción de segundos.

Ya sobre el asfalto, los tres hombres  me ayudaron junto con Pablo a  sentarme en la butaca de nuestro auto, a mí me pareció que estuve a un tris del desvanecimiento.  Luego  Pablo me comentó que  perdí el conocimiento ni bien estuve sentada.

Él estuvo acompañado ese tiempo por estos hombres.  Luego que recobré el sentido, los hombres  le preguntaron a Pablo como me sentía yo y si precisábamos algo más.

En ese momento Pablo me miró  y yo le contesté, estoy bien pero algo confusa, era lógico después de la gran tensión sufrida.

Entonces ellos se despidieron amablemente… cada unos se subió a su auto y las puertas se cerraron otra vez simultáneamente, cuando se dispusieron a partir detrás nuestro.  Primero nosotros y luego ellos, comenzamos a cruzar las vías, ya con las barreras en alto pero  aún conmocionados por lo ocurrido.  Todavía no habíamos terminado de cruzar, cuando Pablo que miraba por el espejo retrovisor me dijo: – date la vuelta y  agradezcamos a estos hombres, salúdalos aunque sea con la mano y así lo hicimos.  Pero al darnos la vuelta, ante nuestro desconcierto, los hombres ni los autos ya estaban allí atrás.  Habían desaparecido.

Aunque Dios no estaba  en nuestros planes,

no sabíamos nada acerca de ÉL,

nos dimos cuenta que Dios mismo había intervenido de una manera sobre natural y milagrosa.

Al día siguiente, al contar el episodio a nuestras familias, le agradecí al papá de mi novio (hoy mi suegro) porque él siempre nos hablaba de Jesús y nos encomendaba  en sus manos, aunque nosotros no prestábamos mucha atención a sus sugerencias, no obstante yo supe en mi corazón, con lo poco que conocía de Dios, que había sido la oración intercesora de José, la que nos cubrió en aquella madrugada.

Tiempo después, mi futuro suegro orando, en esa misteriosa relación que el decía tener con Dios, le preguntó al Señor, si realmente Él había intervenido en aquella situación, y el Espíritu Santo le respondió “Sí, yo mandé a mis ángeles, porque tengo propósitos con ellos”.

Gloria a Dios por aquellos que no dejan de interceder a favor de  los que aún no conocen a este Dios tan grande y poderoso que ahora conocemos.  Llegará el día en que verán sus oraciones contestadas y vidas serán transformadas con un propósito.

Mamás, intercedan por sus hijos,

no bajen los brazos que Dios oye las oraciones,

no nos olvidemos que, cuando leemos en La Biblia el pasaje que dice

“ que nadie se pierda y todos vengan al arrepentimiento”

son las palabras que salen del corazón de Dios,

y al orar de esta manera estamos orando en el centro de SubBendita voluntad.

 

Dios te siga Bendiciendo y te sorprenda cada día con Su Poder.

por Zulma Tigani,

un fragmento de su libro «Soniar, Esperar, Ver»

Editorial Dunken

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1 respuesta a -“Subite pibe y dale arranque”, – Una historia real

  1. rosana dijo:

    wow!!!! el poder que desatan los padres cuando oran por sus hijos, es tal que se manifiesta en grandes maravillas , como estas. Por eso tenemos que orar sin desmayar porque la proteccion sobrenatural de Dios los cubre de manera que no nos imaginamos

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