La Paternidad de Dios: Dios, nuestro Padre (Parte 1/2, por Jorge Luis Pérez

DIOS, nuestro Padre

Padre nuestro” Mateo 6:9

La singularidad de lo que representan nuestros padres tiene un papel trascendental en la existencia de cada uno de nosotros como personas. De hecho, la necesidad que como niños tenemos de amor, vínculo, aceptación, pertenencia, seguridad, etc. hace que muchas veces aquellos que por diferentes causas no lo hayan experimentado, transiten por la vida con un sentimiento de “vida incompleta”, un vacío frustrante difícil de poder suplir con cualquier otra persona u objeto; parecería que el corazón está incompleto, aun llorando, carente de ese afecto que todos necesitamos y buscamos.

En tal sentido, y abocándonos a nuestro tema, la figura paterna nos acompaña desde que llegamos a esta vida y ejerce sobre cada uno de nosotros una fuerza única, especial, irrepetible, inigualable, para bien o para mal.

Muchas de las experiencias vividas en la niñez con nuestros padres, han de trabajar en nuestra mente (consciente o inconscientemente) produciendo una fuerte motivación, buena o no, que nos acompañará toda la vida. Muchos de los fracasos que a nivel personal experimentamos como adultos suelen tener su origen en aquellas cosas que “nos quedaron pendientes” con nuestros padres, con ese sentido de búsqueda incesante, de necesidad de presencia y acción de la figura paterna.

La ciencia ha reportado y clasificado, en cientos de oportunidades, las respuestas de individuos, tanto hombres como mujeres, encuestados y estudiados en forma indistinta, sobre lo que se siente el ser decepcionados por sus padres, o alguno de ellos, llevándoles a vivir como adultos en una incesante, silenciosa y oculta sensación de frustración y permanente desilusión.

No es solo la búsqueda de un padre como la figura de “aquel” que provee nuestro alimento y suple nuestras necesidades básicas sino, es la búsqueda de aquel que nos da una identidad, un sentido a nuestra existencia, que afirma, protege, disciplina, da confianza, seguridad, valores, influencia y nos marca un camino en la vida, etc.

El vínculo terrenal padre-hijo, nos da un marco de referencia para poder entender mejor este tema tan particular que nos manifiesta la Palabra de Dios. Puede ser de gran ayuda, más allá de la simple observación humana de un padre, ver lo que la Biblia nos muestra y enseña sobre Dios como nuestro Padre Perfecto.

Es cierto que éste es un tema escabroso y complejo para muchas personas por lo que les representa la figura del padre (para muchos de los que leen tal vez, figura ausente, incompleta, decepcionante, traumática, etc.) pero no obstante podemos apreciar la riqueza de Dios como Padre, como nuestro Padre celestial. Aun cuando nuestros padres terrenales nos hayan fallado, hayan estado ausentes, distantes, jamás los hayamos visto y/o no hayamos convivido con ellos, por tantas causas tristes que pudieron haberse presentado en nuestra vida, aun así, podemos conocer, gustar y disfrutar la presencia e influencia de nuestro Padre Dios. 

Aun cuando nuestros padres terrenales hayan fallado o no hayan cumplido nuestras expectativas como hijos, nuestro Padre celestial puede suplir ampliamente, todo lo que nos falta, todo lo que hemos perdido o no hemos recibido ni experimentado; solo Dios puede tocar, sanar y suplir todas las heridas emocionales que marcaron nuestra vida (¡muchas veces aún presentes hasta hoy!) por la ineficiencia de padres que nos fallaron, que no supieron o no pudieron estar a la altura de tamaña relación vincular; sí, no busquemos más la perfección en aquellos que no pudieron o no pueden, no la tuvieron o no la tienen, busquemos a Aquel que sí es Perfecto y tiene todo lo que necesitamos.

La mayoría de nosotros ha oído, leído, pensado o citado en algún momento de su vida la siguiente frase: “Dios es nuestro Padre”, y todos podemos llegar a entender, casi sin ningún tipo de dificultad, qué quiere decir semejante expresión; decimos “casi” porque, pensando que podemos entender plenamente este concepto, Dios siempre nos sorprende y nos supera aún más allá de nuestras posibilidades de comprensión y asombro.

La Biblia enseña la gran verdad de que Dios es nuestro Padre; y lo hace con absoluta claridad, sin dejar lugar a duda alguna, no como una metáfora sino, como una realidad, una gran realidad.

Aunque muchos suelen decir: “Dios es el Padre de todos” eso no es lo que enseña la Sagrada Escritura. El Evangelio de Juan capítulo 1: 12 dice claramente:

“más a todos los que le recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio la potestad (el derecho, la capacidad) de ser llamados hijos de Dios” así que, no somos hijos de Dios por haber sido el resultado de la Creación extraordinaria con la cual Él decidió poblar la tierra, sino que somos hijos de Dios por haber creído en Él por medio de la Persona y la obra de Jesucristo.

La Biblia es enfática y no da lugar a otras opciones: nos convertimos en hijos de Dios y por ende Dios en Padre nuestro, cuando recibimos a Cristo en nuestro corazón, no de otra manera. Si aún no le abriste tu corazón a Jesucristo, si aun sigues creyendo en Él como el Jesús histórico, pero no como tu Salvador personal, te invito a que ahora mismo le abras la puerta de tu vida, le abras tu corazón, permitas que Él entre y te habite por la fe, perdone tus pecados, tome tu vida y la conduzca para que sea así tu Señor y Dios llegue a ser tu Padre.

Muchas veces trasladamos la idea de lo que hemos vivido con nuestros padres a nuestra relación con Dios y eso realmente es trágico porque no es así con Dios.

También, solemos pasar y enseñar a nuestros hijos la enseñanza y los principios de la Palabra de Dios en muchos aspectos de la vida, pero no les enseñamos ni explicamos, ni vivimos delante de ellos lo que realmente es Dios como Padre.

Dijo el escritor J.B. Phillips en su libro “Tu Dios es muy pequeño” (“Your God is too small”) una frase muy interesante: “efectivamente, la experiencia demuestra que solo el cristiano maduro puede comenzar a ver un poquito el “tamaño” de su Padre”. 

¡Qué gran verdad! 

Solo quien verdaderamente conoce a Dios como Padre puede darse cuenta del tamaño que éste tiene.

Todos recordamos cuando éramos niños lo que representaba para nosotros salir de casa solos o salir tomados de la mano de papá; ¡que distinta era esa vivencia! Por un lado, andando solos teníamos temor, inseguridad, miedo a lo desconocido, etc.; por el otro, la presencia de nuestro padre era suficiente para que corriéramos, jugáramos, fuésemos desprevenidos y el camino resultase totalmente diferente; ¿qué hacía la diferencia?, la presencia del padre.

Así puede ocurrir en nuestro cotidiano andar, podemos caminar por la vida tranquilos, confiados, seguros, como “jugando”, sabiendo que nuestro Padre Celestial está junto a cada uno, cuidándonos, protegiéndonos, asegurándonos, dirigiéndonos.

Quiero compartirte algo de la enseñanza bíblica sobre la Persona de Dios como Padre nuestro y cómo Él sigue interviniendo directa y cotidianamente en todos y cada uno de los detalles de nuestra existencia; sí, en todos, aún en aquellos que nos parecen más insignificantes. Continuará el 15 de agosto … 🙂

Jorge Luis Pérez-www.mamasqueoran.com

Por Jorge Luis Pérez

www.mamasqueoran.com

Esta entrada fue publicada en La Paternidad de Dios y etiquetada , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.